Tamara Stuby and Esteban Álvarez

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“La primera reflexión se deriva rápidamente en un elogio: es muy difícil sino imposible definir qué es Capacete: un planeta, una fuerza, una condición contagiosa, una filosofía. De la larga y polifacética relación que he(mos) tenido hasta aquí con Helmut, diría que la característica más constante es la de no poder trabajar sin divertirnos mucho, y de no poder divertirnos mucho sin que se convierta, tarde o temprano, en trabajo. Creativo, claro. Siempre. Esa adicción —imparable, irresistible— doble venía, además, con una debilidad especial para el canto de sirena que es lo aparentemente imposible. De allí, miles de incidentes, anécdotas, historias y proyectos (fructíferos o no), que recién me doy cuenta que dejan mucho más asombro, todavía, que sí, decidimos intentar tal o cual cosa y orgullo de lo más puro, que miércoles, sí, logramos tal o cual cosa que fotos o evidencia concreta. Así es la vida. Estoy segura que hubiéramos aguantado mucho menos tiempo en el ejercicio de la autogestión sin su ejemplo –de primera mano, allí en la trinchera— de cómo hacer administración sin alejarse demasiado del caos de la creación, y cómo el afecto y el humor son el suero mágico que conjura el lado más humano (Dr. Jeckyll) de las instituciones, ahuyentando su potencial lado de Dr. Hyde. La colaboración entre El Basilisco y Capacete fue enormemente productiva, permitiéndonos concretar aspiraciones mutuas que antes habitaban las aguas de las sirenas mencionadas, y nuestra asistencia como residentes también floreció de manera imposible de imaginarse antes de estar en medio de ese baile. Resulta muy difícil contabilizar el resultado; nuestros cálculos generalmente se nos escapaban de forma geométrica y así me parece ahora. Diez años después, y todavía queda aprendizaje de todo eso para masticar, el calor de esa amistad sigue y alumbra hacia adelante la admiración por el amplísimo abanico de proyectos, actividades y análisis amasados dentro de ese Capacete.”